Historias De La Jungla by Edgar Rice Burroughs

Historias De La Jungla by Edgar Rice Burroughs

autor:Edgar Rice Burroughs
La lengua: es
Format: mobi, epub
Tags: Infantil
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


–¡No está muerto en el fondo der río! – protestó Bukawai-. ¿Qué sabe ese individuo de hacer magia? ¿Y quién es él para atreverse a decir que la magia de Bukawai no es buena? Bukawai ve al hijo de Momaya, que está solo y en peligro. Daos prisa en entregarme las diez cabras cebadas, la…

Pero no pudo seguir. Por encima de sus cabezas llegó una súbita interrupción. Se produjo en las ramas del mismo árbol al pie del cual se encontraban sentados en cuclillas. Los cinco indígenas miraron hacia arriba y, al hacerlo, en un tris estuvieron de desmayarse: el gigantesco diablo-dios blanco los contemplaba desde la enramada. Pero antes de que reaccionasen y emprendieran la huida, vieron otra cara: la del perdido Tibo, que reía y se mostraba muy feliz.

Tarzán se dejó caer osadamente entre ellos, con el chico todavía sobre los hombros. Depositó a Tibo delante de la madre. Momaya, Ibeto, Rabba Kega y Mbonga se agruparon alrededor del muchacho y empezaron a asaetearlo a preguntas, todos a la vez. De pronto, Momaya se revolvió con feroz movimiento para precipitarse sobre Bukawai, porque Tibo había dicho cuánto sufrió en poder de aquel cruel anciano. Sin embargo, Bukawai ya no estaba allí: no precisaba recurrir a la magia negra para que le informase de que el lugar donde se encontrase Momaya, una vez que Tibo refiriese su historia, no era un paraje saludable para el hechichero. De modo que éste corría en aquel momento a través de la selva, con toda la rapidez con que sus viejas piernas podían llevarle, rumbo a su distante madriguera, donde sabía que ningún negro se atrevería a perseguirle.

Tarzán también se había desvanecido en el aire, según su costumbre, para sembrar el desconcierto entre los indígenas. Los ojos de Momaya se clavaron luego en Rabba Kega. El hechicero de la aldea de Mbonga detectó en las pupilas de la mujer una expresión que no presagiaba nada bueno para él, por lo consideró saludable para él echarse hacia atrás prudentemente.

–De modo que mi Tibo estaba muerto en el fondo del río, ¿verdad? – clamó la mujer-. Así que está muy lejos, solo y en gran peligro, ¿no es cierto? ¡Magia! – En la declamación de esta última palabra puso Momaya tan elocuente ironía, tan teatral desprecio que por sí sola habría consagrado a cualquier primera figura del arte de Tespis. Insistió a voz en grito-: ¡Menuda magia! ¡Momaya os hará una demostración en vivo de su propia magia!

Cogió del suelo una rama caída del árbol y asestó con ella un tremendo estacazo en la cabeza a Rabba Kega. El hechicero soltó un aullido de dolor, dio media vuelta y emprendió la huida a todo correr.

Momaya le persiguió, sin dejar de sacudirle en la espalda con la rama rota, y de tal guisa cruzaron la puerta de la aldea y recorrieron la calle de un extremo a otro, con gran regocijo por parte de los guerreros, las mujeres y los niños que tuvieron la fortuna de



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